HAMBRE DE DIOS
1 Dios, Dios mío eres tú; De madrugada te buscaré; Mi alma tiene sed de ti, mi carne te anhela, En tierra seca y árida donde no hay aguas,
2 Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario.
3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán.
4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos.
5 Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca,
El Señor nos ha dado una diversidad de apetitos esenciales para nuestra supervivencia física. Pero también ha creado en nuestro corazón hambre espiritual. David era un hombre que reconoció y sintió este anhelo por el Señor. En los Salmos lo encontramos meditando, ofreciendo alabanzas o clamando a Dios. Su mayor gozo era estar en contacto con su Padre celestial.
El hambre de Dios es el deseo de conocer y acercarse más a Él. Lamentablemente, este anhelo está aletargado en la vida de muchos creyentes. Son salvos, pero no tienen un firme deseo de aumentar su conocimiento de Dios. Uno de los problemas es que nuestra sociedad está llena de asuntos que se apoderan de nuestros intereses y afectos. Estos placeres e intereses compiten con Dios por nuestra atención, exigiendo nuestro tiempo y esfuerzo.
La buena noticia es que el anhelo de Dios puede ser despertado si estamos dispuestos a cambiar nuestras prioridades e intereses. Aunque cultivar el deseo del Señor toma tiempo, el gozo que experimentaremos es duradero, y las recompensas son eternas. Usted querrá tener una relación más rica con Dios. De hecho, cuando su hambre por el Señor se despierte, Él abrirá su corazón y su mente para que tenga mayor compresión y deseo de Él.
Si tenemos ansias del Señor, Él nos dará gozo y despertará un anhelo más profundo de Él en nuestra alma. A diferencia del hambre física, el deseo de Dios nos satisface, pero, paradójicamente, nos deja con hambre. Cuanto más satisfechos estamos con Cristo, más queremos de Él.
2 Para ver tu poder y tu gloria, Así como te he mirado en el santuario.
3 Porque mejor es tu misericordia que la vida; Mis labios te alabarán.
4 Así te bendeciré en mi vida; En tu nombre alzaré mis manos.
5 Como de meollo y de grosura será saciada mi alma, Y con labios de júbilo te alabará mi boca,
El Señor nos ha dado una diversidad de apetitos esenciales para nuestra supervivencia física. Pero también ha creado en nuestro corazón hambre espiritual. David era un hombre que reconoció y sintió este anhelo por el Señor. En los Salmos lo encontramos meditando, ofreciendo alabanzas o clamando a Dios. Su mayor gozo era estar en contacto con su Padre celestial.
El hambre de Dios es el deseo de conocer y acercarse más a Él. Lamentablemente, este anhelo está aletargado en la vida de muchos creyentes. Son salvos, pero no tienen un firme deseo de aumentar su conocimiento de Dios. Uno de los problemas es que nuestra sociedad está llena de asuntos que se apoderan de nuestros intereses y afectos. Estos placeres e intereses compiten con Dios por nuestra atención, exigiendo nuestro tiempo y esfuerzo.
La buena noticia es que el anhelo de Dios puede ser despertado si estamos dispuestos a cambiar nuestras prioridades e intereses. Aunque cultivar el deseo del Señor toma tiempo, el gozo que experimentaremos es duradero, y las recompensas son eternas. Usted querrá tener una relación más rica con Dios. De hecho, cuando su hambre por el Señor se despierte, Él abrirá su corazón y su mente para que tenga mayor compresión y deseo de Él.
Si tenemos ansias del Señor, Él nos dará gozo y despertará un anhelo más profundo de Él en nuestra alma. A diferencia del hambre física, el deseo de Dios nos satisface, pero, paradójicamente, nos deja con hambre. Cuanto más satisfechos estamos con Cristo, más queremos de Él.
----
Ps. C. Stanley
No hay comentarios:
Publicar un comentario