OBSTÁCULOS PARA EL CONTENTAMIENTO
Mateo 6.25-30
25 Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
29 pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.
30 Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
La ansiedad es un ladrón. La combinación de temor e incertidumbre priva a muchos creyentes de la paz que el Padre celestial desea darles (“ La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”, Jn 14.27). Pero la ansiedad no se ajusta a lo que somos en Jesucristo. Al poner nuestra fe en Él, hemos colocado nuestra vida en las manos de un Dios soberano que quiere lo mejor para sus hijos. ¿Qué podemos temer cuando confiamos en Él?
Creer en el Señor no significa que jamás experimentaremos incertidumbre. Lo que debe significar es que optamos por dejar de lado la ansiedad, y confiar en que Él se ocupará de nuestras necesidades en su momento y a su manera. Cuando no lo hacemos, el temor y la duda pueden afianzarse en nuestro pensamiento y convertirse en una muralla. Entonces Satanás penetrará y utilizará todos los recursos para volvernos aprensivos. Esa es la ansiedad pecaminosa —un sentimiento de temor que aplasta nuestra fe.
La fe puede ser sitiada y derribada cuando su base está debilitada por la incredulidad. No quiero decir que un creyente angustiado no sea realmente un cristiano. Sin embargo, cuando dice: “Sé que Dios tiene el poder de encargarse de los problemas de mi vida, pero no estoy seguro de que querrá hacerlo”, los creyentes inseguros pueden buscar la manera de solucionar el problema por sí mismos en vez de esperar pacientemente en el Señor por su ayuda.
El Señor ve el principio y el final de cada situación que enfrentamos. Él conoce el origen de nuestra ansiedad, la mejor manera de aquietar nuestro corazón y cómo convertir nuestro llanto en alegría. Él hará todo esto sin apartarse de nuestro lado, porque nos ama profundamente y desea bendecirnos en abundancia.
Mateo 6.25-30
25 Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido?
26 Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas?
27 ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
28 Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan;
29 pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos.
30 Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
La ansiedad es un ladrón. La combinación de temor e incertidumbre priva a muchos creyentes de la paz que el Padre celestial desea darles (“ La paz os dejo, mi paz os doy; yo no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga miedo.”, Jn 14.27). Pero la ansiedad no se ajusta a lo que somos en Jesucristo. Al poner nuestra fe en Él, hemos colocado nuestra vida en las manos de un Dios soberano que quiere lo mejor para sus hijos. ¿Qué podemos temer cuando confiamos en Él?
Creer en el Señor no significa que jamás experimentaremos incertidumbre. Lo que debe significar es que optamos por dejar de lado la ansiedad, y confiar en que Él se ocupará de nuestras necesidades en su momento y a su manera. Cuando no lo hacemos, el temor y la duda pueden afianzarse en nuestro pensamiento y convertirse en una muralla. Entonces Satanás penetrará y utilizará todos los recursos para volvernos aprensivos. Esa es la ansiedad pecaminosa —un sentimiento de temor que aplasta nuestra fe.
La fe puede ser sitiada y derribada cuando su base está debilitada por la incredulidad. No quiero decir que un creyente angustiado no sea realmente un cristiano. Sin embargo, cuando dice: “Sé que Dios tiene el poder de encargarse de los problemas de mi vida, pero no estoy seguro de que querrá hacerlo”, los creyentes inseguros pueden buscar la manera de solucionar el problema por sí mismos en vez de esperar pacientemente en el Señor por su ayuda.
El Señor ve el principio y el final de cada situación que enfrentamos. Él conoce el origen de nuestra ansiedad, la mejor manera de aquietar nuestro corazón y cómo convertir nuestro llanto en alegría. Él hará todo esto sin apartarse de nuestro lado, porque nos ama profundamente y desea bendecirnos en abundancia.
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Ps. C. Stanley
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