viernes, 22 de julio de 2016

Viernes: LA AYUDA A LOS NECESITADOS (Lucas 10.25-37)

LA AYUDA A LOS NECESITADOS

Lucas 10.25-37
25 Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna?
26 El le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees?
27 Aquél, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo.
28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás.
29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?
30 Respondiendo Jesús, dijo: Un hombre descendía de Jerusalén a Jericó, y cayó en manos de ladrones, los cuales le despojaron; e hiriéndole, se fueron, dejándole medio muerto.
31 Aconteció que descendió un sacerdote por aquel camino, y viéndole, pasó de largo.
32 Asimismo un levita, llegando cerca de aquel lugar, y viéndole, pasó de largo.
33 Pero un samaritano, que iba de camino, vino cerca de él, y viéndole, fue movido a misericordia;
34 y acercándose, vendó sus heridas, echándoles aceite y vino; y poniéndole en su cabalgadura, lo llevó al mesón, y cuidó de él.
35 Otro día al partir, sacó dos denarios, y los dio al mesonero, y le dijo: Cuídamele; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando regrese.
36 ¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones?
37 El dijo: El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: Ve, y haz tú lo mismo.

En Mateo 22.39 ("Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo."), Jesús nos dice que el segundo mandamiento más grande es amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos. Nuestro amor por los familiares, amigos, vecinos y hermanos de la iglesia se demuestra mejor cuando llevamos sus cargas tal como lo hizo Cristo. Pero el Señor no solo tomó sobre Él en la cruz nuestra deuda de pecado; también fue partícipe de los sufrimientos de quienes buscaban su ayuda, como el ciego Bartimeo ("Entonces vinieron a Jericó; y al salir de Jericó él y sus discípulos y una gran multitud, Bartimeo el ciego, hijo de Timeo, estaba sentado junto al camino mendigando.", Mr 10.46), la mujer sorprendida en adulterio (Jn 8.3-11 | ver texto al final) y los oprimidos por demonios ("Y se difundió su fama por toda Siria; y le trajeron todos los que tenían dolencias, los afligidos por diversas enfermedades y tormentos, los endemoniados, lunáticos y paralíticos; y los sanó.", Mt 4.24). 

Jesús no hace diferencia entre los que Él ama y las cargas que llevará por ellos.
Muchas veces nos sentimos tentados a ser selectivos al decidir a quiénes ayudar, pero de acuerdo al ejemplo de Jesús no podemos llevar las cargas de alguien basándonos en si la persona ha vivido a la altura de las normas que hemos establecido. Hay personas que nunca se vestirán como nosotros o que nunca alcanzarán nuestro nivel académico ni económico. Pero esas mismas personas pueden estar sufriendo y tener necesidad de que alguien las ayude a sobrellevar sus dificultades. Por eso, una sincera expresión nuestra del amor de Dios puede transformar la vida de una persona abrumada por los problemas.

Aunque sabemos que aliviar las cargas de alguien cumple con la ley de Cristo, muchas veces le pasamos esa responsabilidad al pastor. Pero el Señor quiere algo diferente para sus hijos. Nuestras experiencias personales nos preparan para ayudar de maneras que el pastor, quien a su vez tiene experiencias diferentes, no podría. Pídale a Dios que le ayude a saber cómo ayudar a los que están cerca de usted llevando alguna carga.

Jn 8.3-11
3 Entonces los escribas y los fariseos le trajeron una mujer sorprendida en adulterio; y poniéndola en medio,
4 le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en el acto mismo de adulterio.
5 Y en la ley nos mandó Moisés apedrear a tales mujeres. Tú, pues, ¿qué dices?
6 Mas esto decían tentándole, para poder acusarle. Pero Jesús, inclinado hacia el suelo, escribía en tierra con el dedo.
7 Y como insistieran en preguntarle, se enderezó y les dijo: El que de vosotros esté sin pecado sea el primero en arrojar la piedra contra ella.
8 E inclinándose de nuevo hacia el suelo, siguió escribiendo en tierra.
9 Pero ellos, al oír esto, acusados por su conciencia, salían uno a uno, comenzando desde los más viejos hasta los postreros; y quedó solo Jesús, y la mujer que estaba en medio.
10 Enderezándose Jesús, y no viendo a nadie sino a la mujer, le dijo: Mujer, ¿dónde están los que te acusaban? ¿Ninguno te condenó?
11 Ella dijo: Ninguno, Señor. Entonces Jesús le dijo: Ni yo te condeno; vete, y no peques más.

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P. C. Stanley 

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