miércoles, 13 de julio de 2016

Miércoles: LA VERDADERA LIBERTAD (Romanos 6.11-18)

LA VERDADERA LIBERTAD

Romanos 6.11-1811 Así también vosotros consideraos muertos al pecado, pero vivos para Dios en Cristo Jesús, Señor nuestro.
12 No reine, pues, el pecado en vuestro cuerpo mortal, de modo que lo obedezcáis en sus concupiscencias;
13 ni tampoco presentéis vuestros miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino presentaos vosotros mismos a Dios como vivos de entre los muertos, y vuestros miembros a Dios como instrumentos de justicia.
14 Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia.
Siervos de la justicia
15 ¿Qué, pues? ¿Pecaremos, porque no estamos bajo la ley, sino bajo la gracia? En ninguna manera.
16 ¿No sabéis que si os sometéis a alguien como esclavos para obedecerle, sois esclavos de aquel a quien obedecéis, sea del pecado para muerte, o sea de la obediencia para justicia?
17 Pero gracias a Dios, que aunque erais esclavos del pecado, habéis obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual fuisteis entregados;
18 y libertados del pecado, vinisteis a ser siervos de la justicia.
En la bahía de Nueva York se levanta la Estatua de la Libertad, símbolo de la libertad que los estadounidenses valoran. Pero si bien estamos agradecidos de vivir en esta “tierra de hombres libres”, todavía existen muchas personas cautivas de prácticas y formas de pensar pecaminosas.

La libertad de un país depende de su poderío militar y de las leyes del gobierno. Sin embargo, la libertad personal consiste en decidir proteger el corazón, la mente y el cuerpo de las malas influencias. En una nación creada sobre la idea de la independencia, nos llamamos “libres” mientras que no estemos presos ni impedidos de procurar nuestro bien. ¿Pero es “libre” el hombre dispuesto a tomar venganza? ¿Es “libre” la mujer adicta a calmantes?

El arsenal del enemigo tiene toda clase de tentaciones que encadenan nuestro tiempo y nuestra atención. La necesidad de ocuparse de estos hábitos y de esas sustancias y actitudes consume a la persona y la hace desenfocarse de Dios. Luego, el diablo utiliza uno de sus mayores engaños: convence a las personas de que sus cadenas no existen realmente. Las enseña a justificar lo que piensan (“un poquito no me hará ningún daño”), y a negar la realidad (“puedo dejar de hacerlo cuando quiera”).

Según la Biblia, los humanos somos, o bien siervos de Dios, o bien esclavos del pecado (Ro 6.16). No hay término medio. Los últimos sirven a Satanás al alimentar sus impulsos, mientras que los “esclavos” del Señor disfrutan de una libertad verdadera al honrar al Señor y mantenerse alejados de las cosas que encarcelan su cuerpo, emociones y pensamientos.

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Ps. C. Stanley

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