EL PODER DE CRISTO
Efesios 3.13-19
13 por lo cual pido que no desmayéis a causa de mis tribulaciones por vosotros, las cuales son vuestra gloria.
14 Por esta causa doblo mis rodillas ante el Padre de nuestro Señor Jesucristo,
15 de quien toma nombre toda familia en los cielos y en la tierra,
16 para que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el ser fortalecidos con poder en el hombre interior por su Espíritu;
17 para que habite Cristo por la fe en vuestros corazones, a fin de que, arraigados y cimentados en amor,
18 seáis plenamente capaces de comprender con todos los santos cuál sea la anchura, la longitud, la profundidad y la altura,
19 y de conocer el amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de Dios.
El apóstol Pablo escribió con frecuencia sobre la necesidad de confiar en el poder de Cristo. Transmitió a sus lectores una promesa que le había dado el Señor: “Bástate mi gracia; porque mi poder se perfecciona en la debilidad” (2 Co 12.9). Pablo fue un gran líder de la fe cristiana, pero a los ojos de Dios no era más merecedor de la gracia que cualquier otro creyente. Usted y yo podemos tener la misma confianza en el poder del Señor que tuvo este valiente misionero del primer siglo.
Cuando Pablo recibió al Señor Jesús como su Salvador, fue adoptado como hijo de Dios. Por tanto, tenía todos los privilegios que acompañan a un hijo nacido de nuevo: sus pecados fueron perdonados ("Pedro les dijo: Arrepentíos, y bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los pecados; y recibiréis el don del Espíritu Santo.", Hch 2.38), fue apartado para el servicio del Señor ("Pero cuando agradó a Dios, que me apartó desde el vientre de mi madre, y me llamó por su gracia", Ga 1.15), y recibió al Espíritu Santo ("el Espíritu de verdad, al cual el mundo no puede recibir, porque no le ve, ni le conoce; pero vosotros le conocéis, porque mora con vosotros, y estará en vosotros.", Jn 14.17). Pablo fue un siervo efectivo, porque el Espíritu derramaba su poder sobre él cada vez que Dios le daba una misión a cumplir.
Pensemos en el tiempo que Pablo estuvo preso. El Espíritu Santo le dio el vigor físico y mental para soportar los rigores de la cárcel. Al mismo tiempo, puso en el corazón de los otros creyentes la carga de proveer para sus necesidades materiales ("Pero todo lo he recibido, y tengo abundancia; estoy lleno, habiendo recibido de Epafrodito lo que enviasteis; olor fragante, sacrificio acepto, agradable a Dios.", Fil 4.18). Pero lo más importante fue que el Espíritu Santo ensanchó el ministerio de Pablo al darle el valor para testificar de Jesús a sus carceleros romanos ("de tal manera que mis prisiones se han hecho patentes en Cristo en todo el pretorio, y a todos los demás.", Fil 1.13).
Pablo confiaba en el Señor para tener fortaleza, y por eso nunca renunció a su fe. Servimos al mismo Dios todopoderoso, lo que significa que no tenemos ninguna excusa para huir de su plan para nuestra vida. El Espíritu Santo mora en nosotros, y está listo para darnos su poder si obedecemos el llamado del Señor.
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Ps. C. Stanley
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