domingo, 13 de marzo de 2016

Domingo: UN REMEDIO DE ACUERDO A LA ENFERMEDAD (Job 22:5)

UN REMEDIO DE ACUERDO A LA ENFERMEDAD

Job 22:5
Por cierto tu malicia es grande, y tus maldades no tienen fin. 

Si los hombres, tan sólo por un momento, pudieran ver el pecado con los mismos ojos con que Dios lo ve, los senderos por los que transita el mundo fueran completamente diferentes. Lamentablemente, vivimos en una época donde los límites de la moral se han ido desplazando poco a poco hasta hacerlos casi inexistentes o al menos imperceptibles. Se promueve la promiscuidad sexual como la cosa más natural del mundo. La política, al parecer, concede patente legal para el ejercicio de la corrupción generalizada, el desfalco de las arcas del Estado, y el robo de los fondos públicos sin que las autoridades judiciales y competentes ni se “enteren”.

La perla de hoy describe el pecado desde la perspectiva santa de Dios: “Por cierto tu malicia es grande, y tus maldades no tiene fin”. Si algo nos enseña este texto es que Dios no contempla el pecado con el mismo criterio de superficialidad con que el hombre lo ve; la frase “por cierto” con que comienza esta declaración indica un contraste marcado entre el pensamiento distorsionado del hombre y la verdad eterna de Dios. Para el hombre impío, el pecado es como un chiste, un hábito natural y un pasatiempo tonto en el cual se puede regodear sin temor a las consecuencias que se pueden desprender del mismo. Pero, ¡cuán equivocado están!, ellos no se dan cuenta que sus pecados, tarde o temprano, los alcanzarán ("Mas si así no lo hacéis, he aquí habréis pecado ante Jehová; y sabed que vuestro pecado os alcanzará.", Nm 32:23)

Si tan sólo una vez pudiésemos entender la profundidad y la “pecaminosidad” de nuestros pecados no fuéramos tan soberbios en ocasiones. Basta con mirar al Hijo de Dios con su cuerpo destrozado en el madero, coronado con espinas, siendo el centro de desprecio y de burla allá en la cruz del Calvario, para que podamos cuantificar en su justa dimensión el remedio provisto por Dios para el mal del pecado. El remedio debe estar en consonancia con la  enfermedad; un cáncer muy agresivo debe ser tratado con quimioterapia y no con remedios caseros. De la misma manera, el hecho de que Dios se haya tenido que encarnar en la persona de Cristo, y morir en la cruenta cruz para cargar con nuestras culpas, eso nos habla elocuentemente de la gravedad de nuestros pecados: “Por cierto tu malicia es grande…”, dice Job.

Es a raíz de eso que el juicio de Dios contra el pecado es terrible y su ira insondable como un océano sin fondo:”…tus maldades no tienen fin”. Nunca subestimemos la capacidad del corazón del hombre para el mal. Hitler ordenó aniquilar 6 millones de judíos en la cámara de gas. ¿Cuántos dictadores del presente y del pasado han sabido cometer genocidios inenarrables, borrando de sobre la faz de la tierra pueblos enteros? ¿Cuántos hombres, movidos por un celo irracional han ejecutado a su familia completa: hijos y esposa? ¿Cuántos terroristas no se inmolan por una causa religiosa terminando con la vida de cientos de personas en cuestión de segundos? Nuestras maldades no tienen fin. Si no fuera por la misericordia de Dios que llena la tierra y el freno moral que la gracia común impone sobre cada hombre, este planeta sería un lugar inhóspito e invivible. Pero gracias a Dios que nos ha dado a Cristo, quien nos libra del yugo del pecado y nos limpia de toda maldad ("Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad.", 1 Jn 1:9). Amén

Ad majorem Dei Gloriam

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