EL MILAGRO DE LA GRACIA
Romanos 5.15-17
15 Pero el don no fue como la transgresión; porque si por la transgresión de aquel uno murieron los muchos, abundaron mucho más para los muchos la gracia y el don de Dios por la gracia de un hombre, Jesucristo.
16 Y con el don no sucede como en el caso de aquel uno que pecó; porque ciertamente el juicio vino a causa de un solo pecado para condenación, pero el don vino a causa de muchas transgresiones para justificación.
17 Pues si por la transgresión de uno solo reinó la muerte, mucho más reinarán en vida por uno solo, Jesucristo, los que reciben la abundancia de la gracia y del don de la justicia.
Pablo escribió extensamente acerca de la gracia, el favor de Dios dado a quienes no lo merecen. A todos los lugares que iba, hablaba del evangelio de la gracia ("Pero de ninguna cosa hago caso, ni estimo preciosa mi vida para mí mismo, con tal que acabe mi carrera con gozo, y el ministerio que recibí del Señor Jesús, para dar testimonio del evangelio de la gracia de Dios.", Hch 20.24). Pablo conocía por experiencia personal el poder que tiene el pecado para controlar y también la libertad que se logra por fe en Cristo. Se describió como el peor de los pecadores, porque persiguió y encarceló a muchos creyentes antes de su experiencia de conversión ("Palabra fiel y digna de ser recibida por todos: que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, de los cuales yo soy el primero.", 1 Ti 1.15).
Después que aceptamos la muerte de Cristo a nuestro favor, el castigo por nuestro pecado se considera pagado y su poder sobre nosotros destruido. Nos volvemos vivos espiritualmente por el Espíritu Santo que habita en nosotros. Además, se nos da una nueva familia y un propósito para vivir. La Biblia compara nuestra experiencia de conversión con un trasplante de corazón ("Os daré corazón nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el corazón de piedra, y os daré un corazón de carne.", Ez 36.26, "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.", 2 Co 5.17), un cambio de ciudadanía ("Mas nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo;", Fil 3.20), y la mudanza a una nueva patria ("el cual nos ha librado de la potestad de las tinieblas, y trasladado al reino de su amado Hijo,", Col 1.13).
Pablo exhorta a todos los creyentes a perseverar en la gracia de Dios ("Y despedida la congregación, muchos de los judíos y de los prosélitos piadosos siguieron a Pablo y a Bernabé, quienes hablándoles, les persuadían a que perseverasen en la gracia de Dios.", Hch 13.43; "Porque por gracia sois salvos por medio de la fe; y esto no de vosotros, pues es don de Dios;", Ef 2.8). Así como tuvimos que confiar en la muerte vicaria de Cristo para nuestra salvación, debemos tener una vida de dependencia de Él. Es nuestra fe, expresada a través de la obediencia, lo que agrada a Dios ("Pero sin fe es imposible agradar a Dios; porque es necesario que el que se acerca a Dios crea que le hay, y que es galardonador de los que le buscan.", He 11.6).
La gracia es la fuerza más poderosa y más transformadora que hay en el mundo. Dios ofrece su amor incondicional a toda persona que recibe a su Hijo. Desde el momento en que somos salvos, nuestra vida es puesta sobre la Roca inamovible que es Cristo ("y todos bebieron la misma bebida espiritual; porque bebían de la roca espiritual que los seguía, y la roca era Cristo.", 1 Co 10.4), y su favor nos es impartido.
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