viernes, 9 de septiembre de 2016

Viernes: LA VIDA BUENA (Salmo 100)

LA VIDA BUENA
 
1 Cantad alegres a Dios, habitantes de toda la tierra.
2 Servid a Jehová con alegría;
Venid ante su presencia con regocijo.
3 Reconoced que Jehová es Dios;
El nos hizo, y no nosotros a nosotros mismos;
Pueblo suyo somos, y ovejas de su prado.
4 Entrad por sus puertas con acción de gracias,
Por sus atrios con alabanza;
Alabadle, bendecid su nombre.
5 Porque Jehová es bueno; para siempre es su misericordia,
Y su verdad por todas las generaciones.
 
Todos conocemos personas que padecen enfermedades, crisis económicas o algún tipo de dificultad. ¿Cómo debemos reaccionar a dichas situaciones a la luz de lo que enseña la Biblia sobre la bondad de Dios, y de la expresión de su bondad para con nosotros?

En primer lugar, la naturaleza de Dios es perfecta, y todo lo que Él hace es recto (Dt 32.4). Él es “misericordioso y clemente … y grande en misericordia” (Sal 103.8). Por su naturaleza, Dios es bueno. En segundo lugar, nuestro Padre celestial expresa su bondad basado en su propósito de conformarnos a la imagen de Cristo (“Porque a los que antes conoció, también los predestinó para que fuesen hechos conformes a la imagen de su Hijo, para que él sea el primogénito entre muchos hermanos.”, Ro 8.29). Desde la perspectiva del Señor, todo lo que encaja en su plan es provechoso para nosotros.

La mayor demostración de la bondad del Señor se ve en la vida y muerte de su Hijo. Jesús dejó su hogar celestial, tomó la forma de hombre, padeció y murió en lugar nuestro para que pudiéramos ser perdonados (Fil 2.6-8). Por lo que nuestro Salvador padeció, hemos sido adoptados en la familia de Dios, y el cielo es nuestro hogar eterno.

Fil 2.6-8
6 el cual, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse,
7 sino que se despojó a sí mismo, tomando forma de siervo, hecho semejante a los hombres;
8 y estando en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz.

En el momento de la crucifixión de Cristo, los discípulos no podían ver nada beneficioso en ella. Solamente sentían un gran pesar. Pero sabemos que Dios dio a su propio Hijo para que podamos ser salvos (“El que no escatimó ni a su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con él todas las cosas?”, Ro 8.32).

Nuestra definición de la vida buena probablemente incluiría éxito material, buena salud y ausencia de problemas —las cosas que nos hacen felices ahora. Pero Dios tiene una perspectiva eterna, y Él siempre obra para llevar a cabo su plan a largo plazo para nosotros. Podemos confiar en su bondad aun en momentos de oscuridad.
 
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Ps. C. Stanley

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