LA IRA PECAMINOSA
Santiago 1.19, 20
19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse;
20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
La ira puede romper la comunicación y destruir amistades. Si es reprimida, este sentimiento se convierte en resentimiento, lo cual daña la mente y la conducta. Si no es controlada, la ira puede manifestarse con una expresión de rabia que hiere no solo a quien es dirigida, sino también a otros.
Aunque podamos pensar en muchas razones para justificar nuestra ira, el único criterio que importa es el del Señor. El libro de Proverbios ofrece una perspectiva clara de cómo ve el Señor a la persona airada. Él dice que actúa locamente (“El que fácilmente se enoja hará locuras; Y el hombre perverso será aborrecido.”, Pr 14.17), promueve contiendas (“El hombre iracundo promueve contiendas; Mas el que tarda en airarse apacigua la rencilla.”, Pr 15.18) y comete pecado (“El hombre iracundo levanta contiendas, Y el furioso muchas veces peca.”, Pr 29.22). También nos alerta en cuanto a no asociarnos con tales personas (“No te entremetas con el iracundo, Ni te acompañes con el hombre de enojos,”, Pr 22.24). En cambio, quienes son lentos para la ira son grandes de entendimiento (“El que tarda en airarse es grande de entendimiento; Mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad.”, Pr 14.29) y demuestran sabiduría (Pr. 29.8, 11). Alejarse de la contienda es también honroso para la persona (“Honra es del hombre dejar la contienda; Mas todo insensato se envolverá en ella.”, Pr 20.3).
Pr. 29.8, 11
8 Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas;
Mas los sabios apartan la ira.
11 El necio da rienda suelta a toda su ira,
Mas el sabio al fin la sosiega.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Santiago compara a la lengua con una pequeña chispa que puede incendiar a todo un bosque (Stg 3.5, 6). Él sabía el daño que puede hacer una persona airada. También escribió que nuestra ira no produce la vida de santidad que Dios desea para nosotros, ni tampoco corresponde con lo que somos en Cristo. Jesús pagó nuestra deuda por el pecado con su vida para liberarnos de nuestra conducta pecaminosa.
Stg 3.5, 6
5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, !!cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Las pocas veces que Jesús se airó estuvieron acorde con los propósitos de Dios. Pero, en nosotros, el sentimiento de ira se origina por lo general como una autodefensa o por los deseos frustrados. Si Dios le ha declarado culpable de tener una ira pecaminosa, arrepiéntase de su pecado y permita que el Espíritu Santo reproduzca en usted el carácter de Cristo.
Santiago 1.19, 20
19 Por esto, mis amados hermanos, todo hombre sea pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse;
20 porque la ira del hombre no obra la justicia de Dios.
La ira puede romper la comunicación y destruir amistades. Si es reprimida, este sentimiento se convierte en resentimiento, lo cual daña la mente y la conducta. Si no es controlada, la ira puede manifestarse con una expresión de rabia que hiere no solo a quien es dirigida, sino también a otros.
Aunque podamos pensar en muchas razones para justificar nuestra ira, el único criterio que importa es el del Señor. El libro de Proverbios ofrece una perspectiva clara de cómo ve el Señor a la persona airada. Él dice que actúa locamente (“El que fácilmente se enoja hará locuras; Y el hombre perverso será aborrecido.”, Pr 14.17), promueve contiendas (“El hombre iracundo promueve contiendas; Mas el que tarda en airarse apacigua la rencilla.”, Pr 15.18) y comete pecado (“El hombre iracundo levanta contiendas, Y el furioso muchas veces peca.”, Pr 29.22). También nos alerta en cuanto a no asociarnos con tales personas (“No te entremetas con el iracundo, Ni te acompañes con el hombre de enojos,”, Pr 22.24). En cambio, quienes son lentos para la ira son grandes de entendimiento (“El que tarda en airarse es grande de entendimiento; Mas el que es impaciente de espíritu enaltece la necedad.”, Pr 14.29) y demuestran sabiduría (Pr. 29.8, 11). Alejarse de la contienda es también honroso para la persona (“Honra es del hombre dejar la contienda; Mas todo insensato se envolverá en ella.”, Pr 20.3).
Pr. 29.8, 11
8 Los hombres escarnecedores ponen la ciudad en llamas;
Mas los sabios apartan la ira.
11 El necio da rienda suelta a toda su ira,
Mas el sabio al fin la sosiega.
En el Nuevo Testamento, el apóstol Santiago compara a la lengua con una pequeña chispa que puede incendiar a todo un bosque (Stg 3.5, 6). Él sabía el daño que puede hacer una persona airada. También escribió que nuestra ira no produce la vida de santidad que Dios desea para nosotros, ni tampoco corresponde con lo que somos en Cristo. Jesús pagó nuestra deuda por el pecado con su vida para liberarnos de nuestra conducta pecaminosa.
Stg 3.5, 6
5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, !!cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. Las pocas veces que Jesús se airó estuvieron acorde con los propósitos de Dios. Pero, en nosotros, el sentimiento de ira se origina por lo general como una autodefensa o por los deseos frustrados. Si Dios le ha declarado culpable de tener una ira pecaminosa, arrepiéntase de su pecado y permita que el Espíritu Santo reproduzca en usted el carácter de Cristo.
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Ps. C. Stanley
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