1 Samuel 1.1-18
1 Hubo un varón de Ramataim de Zofim, del monte de Efraín, que se llamaba Elcana hijo de Jeroham, hijo de Eliú, hijo de Tohu, hijo de Zuf, efrateo.
2 Y tenía él dos mujeres; el nombre de una era Ana, y el de la otra, Penina. Y Penina tenía hijos, mas Ana no los tenía.
3 Y todos los años aquel varón subía de su ciudad para adorar y para ofrecer sacrificios a Jehová de los ejércitos en Silo, donde estaban dos hijos de Elí, Ofni y Finees, sacerdotes de Jehová.
4 Y cuando llegaba el día en que Elcana ofrecía sacrificio, daba a Penina su mujer, a todos sus hijos y a todas sus hijas, a cada uno su parte.
5 Pero a Ana daba una parte escogida; porque amaba a Ana, aunque Jehová no le había concedido tener hijos.
6 Y su rival la irritaba, enojándola y entristeciéndola, porque Jehová no le había concedido tener hijos.
7 Así hacía cada año; cuando subía a la casa de Jehová, la irritaba así; por lo cual Ana lloraba, y no comía.
8 Y Elcana su marido le dijo: Ana, ¿por qué lloras? ¿por qué no comes? ¿y por qué está afligido tu corazón? ¿No te soy yo mejor que diez hijos?
9 Y se levantó Ana después que hubo comido y bebido en Silo; y mientras el sacerdote Elí estaba sentado en una silla junto a un pilar del templo de Jehová,
10 ella con amargura de alma oró a Jehová, y lloró abundantemente.
11 E hizo voto, diciendo: Jehová de los ejércitos, si te dignares mirar a la aflicción de tu sierva, y te acordares de mí, y no te olvidares de tu sierva, sino que dieres a tu sierva un hijo varón, yo lo dedicaré a Jehová todos los días de su vida, y no pasará navaja sobre su cabeza.
12 Mientras ella oraba largamente delante de Jehová, Elí estaba observando la boca de ella.
13 Pero Ana hablaba en su corazón, y solamente se movían sus labios, y su voz no se oía; y Elí la tuvo por ebria.
14 Entonces le dijo Elí: ¿Hasta cuándo estarás ebria? Digiere tu vino.
15 Y Ana le respondió diciendo: No, señor mío; yo soy una mujer atribulada de espíritu; no he bebido vino ni sidra, sino que he derramado mi alma delante de Jehová.
16 No tengas a tu sierva por una mujer impía; porque por la magnitud de mis congojas y de mi aflicción he hablado hasta ahora.
17 Elí respondió y dijo: Ve en paz, y el Dios de Israel te otorgue la petición que le has hecho.
18 Y ella dijo: Halle tu sierva gracia delante de tus ojos. Y se fue la mujer por su camino, y comió, y no estuvo más triste.
La situación de Ana parecía irremediable. Estaba angustiada porque “Jehová no le había concedido tener hijos”. Lo cual por sí solo, era un gran motivo de desgracia para una mujer hebrea. Pero Ana sufría aún más por la burla de la otra esposa de su marido, quien había sido bendecida con hijos.
Aferrarnos a nuestra esperanza puede ser difícil cuando las circunstancias son amargas y no hay señales de progreso. Para los creyentes, esto puede ser todavía más desalentador, porque saben que Dios puede satisfacer sus esperanzas y remediar la situación, pero no lo ha hecho.
Ana era una mujer de gran fe, incluso en medio de su frustración y de su dolor. Año tras año seguía yendo a Silo para adorar al Señor. La perseverancia es una cualidad que Dios valora mucho en su pueblo. El aguante en las pruebas da un carácter piadoso y una esperanza que no avergüenza (Ro 5.3-5).
Romanos 5:3-5
3 Y no sólo esto, sino que también nos gloriamos en las tribulaciones, sabiendo que la tribulación produce paciencia;
4 y la paciencia, prueba; y la prueba, esperanza;
5 y la esperanza no averg:uenza; porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos fue dado.
El dolor agudo muchas veces lleva al Señor. Ana había adorado fielmente a Dios en compañía de todo Israel, pero esta vez fue sola al tabernáculo para orar al Único que podía ayudarla. Con lágrimas amargas derramó su alma delante del Señor, puso su esperanza a sus pies y le ofreció el sacrificio de lo que ella más valoraba: un hijo.
Aquello a que nos aferramos solo podremos conservarlo si lo rendimos a Dios. Este principio bíblico se aplica a nuestras esperanzas y a nuestra vida misma ("Porque todo el que quiera salvar su vida, la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, éste la salvará.", Lc 9.24). Aprenda del ejemplo de Ana, y derrame su corazón a Dios. Ponga sus esperanzas delante de Él, el Único que puede satisfacer sus deseos o cambiarlos para armonizarlos con su voluntad.
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Ps. C. Stanley
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